El legendario descubrimiento de los tesoros de Tutankamón, el 4 de noviembre de 1922, no fue sólo el triunfo de la investigación arqueológica en Egipto, sino un disparador de la imaginación general que llevó esa civilización remota a la conciencia del mundo moderno. Tutankamón, cuya prematura muerte a los 18 años es aún un misterio, revivió 3.200 años después de su sepultura, cuando cientos de tesoros se extrajeron de su tumba en el Valle de los Reyes, y su nombre se convirtió en patrimonio general, como los de Howard Carter, el arqueólogo inglés que descubrió la tumba, y Lord Carnarvon, que brindó el apoyo moral y material para el operativo.
Madera, alabastro y piedras preciosas, marfil y ébano, pero fundamentalmente oro, mucho oro, convertidos en estatuas y carruajes, tronos y escabeles, carrozas, cetros y piezas de joyería. Cofres decorados contienen muchos objetos domésticos y personales del rey. Vasijas de alabastro, ánforas de vino, copas y recipientes para cosméticos ilustran la riqueza que sólo podíamos adivinar en pinturas y relieves.
Perdida ya toda esperanza de descubrir una tumba real intacta, después de que los especialistas afirmaran que el Valle de los Reyes estaba agotado, el descubrimiento de un escalón de piedra caliza en el lecho del wadi reavivó las expectativas. Un peldaño llevó a otro, y el décimosexto condujo a una puerta sellada estampada con las cartucheras de Tutankamón. Era evidente que en la antigüedad habían entrada ladrones a la tumba; no obstante, estaba sellada, por lo que tal vez aún contenía algo, posiblemente la momia del rey. Después de años de trabajo esforzado, Carter presentó al mundo la momia de Tutankamón y todos sus tesoros. Una exquisita máscara de oro y tres ataúdes antropoides, uno dentro del otro, protegían a la momia. EI más interno era de oro macizo. Un sarcófago de piedra y cuatro relicarios dorados, con inscripciones religiosas y mágicas, bridaban protección adicional. EI arca canópica de alabastro que contenía los órganos internos del rey estaba dentro de un relicario dorado, decorado con un friso doble de uraeus (cobras). Cuatro diosas con los brazos tendidos lo protegían en las cuatro direcciones. Nadie se podía acercar al arca canópica sin ser desafiado por Anubis, el dios chacal guardián de las tumbas egipcias. Una estatua de Anubis en alerta estaba montada sobre un arca con forma de tumba, para que nadie pudiera entrar al recinto lateral en el que se habían depositado muchos tesoros reales.
De hecho, los ladrones habían entrado a la tumba dos veces en la antigüedad y se habían llevado objetos pequeños pero preciosos, como estatuillas de oro, joyas y ungüentos aromáticos; algunos se encontraron escondidas en el Valle. Es posible que los ladrones hayan sido aprehendidos y que la tumba fuera resellada para poner fin a sus actividades. Los dignatarios de la necrópolis que resellaron la tumba debieron actuar de prisa, porque el desorden causado por los ladrones era evidente en el momento del descubrimiento. La excavación de una tumba real posterior y cercana (Ramsés VI de la 20a dinastía) cubría por completo la entrada a la tumba, lo que la preservó de pérdidas futuras.
El gobierno egipcio insistió en su derecho a conservar todos los hallazgos de la tumba bajo un solo techo, en el Museo de El Cairo. Todo, salvo la momia del rey, el sarcófago de piedra, uno de los ataúdes antropoides (que fue dejado en la tumba) y unos pocos objetos trasladados al Museo de Luxor, se exhibe en el segundo piso del Museo de El Cairo.
Los rumores sobre la presunta "maldición del faraón" contra quienes penetraran en su tumba carecen de sustento. Fueron disparados por la lamentable muerte de Lord Carnarvon en El Cairo, causada por la picadura de un mosquito infectado.
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