Deir el-Medina (Convento de La Ciudad) es un poblado egipcio fundado por Tutmosis I, faraón de la dinastía XVIII. A la entrada del Valle de las Reinas y cerca del de los Reyes, se encuentran los restos del que fuera el más próspero poblado de obreros y artesanos del Antiguo Egipto: Set Maat "El lugar de la Verdad" (nombre egipcio), Deir el-Medina (nombre árabe), localidad situada en un pequeño valle en la región tebana, próximo a la colina de Qurnet Mura, en la ribera occidental del Nilo, frente a Tebas, actual Luxor (Egipto).
Durante mucho tiempo sufrió saqueos debido al expolio de antigüedades, ya que era un sitio muy conocido por la abundancia, belleza y riqueza de los objetos que se encontraban en sus cercanías. Sin embargo, aún se conservan muchas evidencias arqueológicas: tumbas, casas, ajuares, que hacen de este lugar el poblado del Antiguo Egipto mejor conocido.
Al comienzo del Imperio Nuevo, Tutmosis I, decide abandonar la construcción de mastabas y pirámides debido a los saqueos a que eran sometidas, y ordena comenzar su tumba en un lugar más protegido, excavando la ladera de la montaña, fundando Set Maat (Deir el-Medina) como lugar de residencia para los obreros y artesanos ocupados en la construcción. Sus sucesores construyeron sus tumbas en el mismo lugar durante unos 500 años, tiempo durante el cual el poblado estuvo habitado
Se fundó con dimensiones reducidas: cuarenta casas rodeadas por una muralla, pero nunca dejó de crecer, alcanzando su máximo esplendor en tiempos de Seti I y Ramsés II, con cincuenta casas en el interior del recinto amurallado y setenta fuera de él. Fue abandonado en tiempos de Esmendes I, alrededor del 1170 a. C. Un segundo renacimiento se produjo con la Dinastía Ptolemaica, pero no llegó a la prosperidad anterior y pronto fue de nuevo abandonado.
El pueblo se llamaba simplemente Pa Demi, el poblado.1 La muralla delimitaba un área rectangular dentro de la cual se distribuían las viviendas a lo largo de una calle que comenzaba en la puerta del recinto y atravesaba todo el pueblo. El muro posterior de cada edificio estaba adosado a la muralla.
Eran casas de una sola planta, con pavimento de piedra y paredes de adobe,2 materiales que compartían con el resto de los edificios, excluidos los templos y tumbas. Se techaban con troncos cubiertos de hojas de palmera y barro y quedaban separadas entre sí por un muro.
De planta rectangular, tenían cuatro pequeñas salas, una tras otra: la primera era un vestíbulo con un altar, y la última parece ser la cocina, ya que en ella se han encontrado restos de ceniza. De allí partía una escalera para subir a la terraza.
El mobiliario y demás objetos cotidianos, como espejos, juegos de mesa, se conocen gracias a la tumba del arquitecto Kha y su esposa Merit, que nos ha llegado intacta con un rico ajuar, aunque probablemente el de los trabajadores fuese más modesto.
Conocemos los detalles de su vida cotidiana gracias a los ostracas, trozos de cerámica, o piedra caliza, usados como soporte para sus anotaciones, al ser el papiro muy caro, que se han encontrado en el basurero de la ciudad.
Los obreros formaban parte de la base social, junto con los campesinos, pero entre ellos existían diferencias notables dependiendo de que fueran artesanos, obreros comunes o desempeñasen alguna labor administrativa: escribas, médicos, etc., además de toda la gente necesaria para el funcionamiento de la ciudad: todas aquellas labores necesarias para el autoabastecimiento, incluidas las agrícolas. El Estado deseaba pocos contactos con el exterior, para mantener toda la discreción posible sobre la construcción de las tumbas, por lo que suministraba todo lo necesario, inclusive el transporte de agua desde el río, al estar el pueblo situado en una zona desértica.
Antes de dar comienzo a cualquier obra, artesanos y obreros firmaban un contrato en el que se ajustaba la duración del trabajo y el salario. Este se pagaba en especie, en forma de raciones mayores o menores en función de la categoría de cada cual. Además, las familias cultivaban pequeñas parcelas y criaban cerdos, cabras y ovejas.
El periodo laboral era de diez días, a razón de ocho horas diarias, y comenzaba al salir el sol. Al acabar, no regresaban al pueblo sino que pasaban la noche en unas casas provisionales, levantadas al lado del Valle de los Reyes.
Sólo se podía faltar por enfermedad, por el cumpleaños de la madre o por ausencia de la mujer, pero en la práctica había toda clase de excusas: cuidar un burro enfermo, preparar una fiesta, o la muerte de un familiar, motivos todos ellos que, en teoría, conllevaban una sanción.